GUSTAVO ESTEVA
Lo que oigo a cada paso es una sociedad en ebullición que se prepara dignamente para el día 8.
La indignación de cuantos estamos hasta la madre se vuelve imaginación. Llegaremos a la ciudad de México unidos en el silencio y cargados de iniciativas y propuestas.
La indignación de cuantos estamos hasta la madre se vuelve imaginación. Llegaremos a la ciudad de México unidos en el silencio y cargados de iniciativas y propuestas.
Esta marcha se distingue de casi todas las otras por su interlocutor. En vez de pedir, exigir o reclamar a los de arriba, que no ven ni escuchan, vendremos a vernos unos a otros para entretejer nuestra pluralidad y diversidad sin líderes, partidos o ideologías. Vendremos confiados en nuestra propia fuerza y capacidad de organización para impedir que el país termine de deshacerse en nuestras manos.
Los poderosos no acudirán. Javier Sicilia convocó para ese día a todos los responsables del actual desastre. Su diagnóstico demoledor de la contribución de cada uno a crearlo estaba acompañado de una exigencia puntual: que se pusieran de acuerdo en un pacto para hacer frente a la emergencia nacional y salvar lo que queda del país.
Fue mucho pedir. Algunos se hicieron los occisos. Otros se lavaron las manos. Todos se mostraron incapaces de cambiar para hacer algo por el país. Parecen decididos a proseguir neciamente sus caminos y a arrastrarnos con ellos al despeñadero.
Circulan muchas ideas. La más importante es la de reconstituirnos desde abajo, realizando asambleas en cada barrio, cada comunidad, cada municipio, para dotarnos de las normas y formas de organización que en cada lugar parezcan adecuadas. Hay lugares en que el tejido social es aún fuerte; basta activarlo y regenerarlo para asumir plenamente nuevas responsabilidades autónomas, como ejercicio de soberanía popular. En muchos lugares, en el otro extremo, el tejido social se ha desgarrado por completo y no quedan ni sus huellas. No podrán hacerse asambleas ni siquiera de una calle o entre los vecinos de un condominio. Pero dos o tres vecinos pueden organizar la suya y en su pequeña asamblea, que poco a poco se enlazará con otras, estarán también sembrando las semillas de la reconstitución.
A partir de ahí haremos lo que sigue. Desde el tejido social regenerado haremos valer nuestra fuerza, nuestro poder político. Tendremos una tarea inmediata: protegernos unos a otros. Esa ha sido, aquí y en todas partes, siempre, la forma de vivir seguro. Entre vecinos de confianza uno puede sentirse tranquilo. En esto empezaremos a encontrar tareas dignas y reconocidas para nuestros jóvenes y así descubriremos y crearemos auténticas opciones de vida para ellos. El desafío de hoy es ante todo a la creatividad social, a las imaginaciones reprimidas, para abrir desde ahora el abanico de caminos que pueden transitar esos jóvenes cuando no se dejan abarcar por la violencia del capital, del Estado y de los delincuentes.
Queremos que los militares regresen a sus cuarteles. Deben cesar inmediatamente las tareas abiertamente ilegales que les han ordenado realizar, como en los retenes que apenas ahora el Congreso quería introducir en la ley. Si en alguna geografía hay quienes se sienten protegidos por ellos pueden solicitar que permanezcan, pero la orden debe venir de ellos, no de su ridículo e incompetente comandante en jefe.
Muchas de las ideas que circulan requerirán tiempo y organización. Ayudará mucho saber que ya no debemos esperar que las soluciones vengan de arriba. Obtendremos protección y oportunidades de la familia, los amigos, la comunidad, del tejido social regenerado con el que estaremos reconstituyendo el país. Es lo que jamás podrá ofrecernos el Estado.
Muchas iniciativas forman parte de la batalla de la memoria contra el olvido. Cunde ya la labor iniciada en Cuernavaca: recordar mediante placas a nuestros muertos y desaparecidos en cada plaza central de cada ciudad de México. La podemos reafirmar en Comisiones Ciudadanas de la Verdad y Tribunales Populares bajo nuestro control.
Llegaremos así al punto en que podrá imponerse la voluntad popular para remover obstáculos del camino. Podremos entonces deshacernos de obsoletos aparatos del Estado y de quienes los manejan con tanta incompetencia y corrupción, porque tendremos en su lugar, construidas desde abajo, las modalidades autónomas de gobierno en que la democracia esté donde siempre debe estar: adonde se encuentra la gente.
Es hora de los poetas. Wendell Berry lo acaba de subrayar: Vendrá un tiempo en que forjaremos comunidad o moriremos, aprenderemos a amar uno al otro o moriremos. Está llegando rápidamente el tiempo en que los grandes poderes centralizados ya no podrán hacer por nosotros lo que necesitamos que se haga. La comunidad empezará de nuevo cuando la gente empiece a hacer por cada uno de los demás lo que hace falta.
gustavoesteva@gmail.com
Tomado de La Jornada
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