La noche del pasado 15 de septiembre México hizo una más de sus falaces entradas el llamado primer mundo. No lo hizo por la puerta aquella que Carlos Salinas de Gortari abriera con la firma del mal llamado Tratado de Libre de Comercio de América del Norte, de cuyos resultados dan cuenta las miles de personas que han migrado a Estados Unidos porque el campo está devastado, el desempleo es moneda corriente en las ciudades y los pequeños y medianos comercios han quebrado.
Tampoco por la vía de un proceso electoral que dentro de los márgenes de una limitada democracia representativa pudiera ser considerado "limpio", las elecciones pasadas dejaron muy en claro que ni siquiera podíamos aspirar para algo así. Lo hace por el umbral del terror.
Allí están las imágenes, crudas, desgarradoras, en los medios propagandísticos que solemos llamar de comunicación: dos granadas de fragmentación habían sido detonadas durante la ceremonia del Grito de Independencia en Morelia, Michoacán. La danza de cifras con los números de las personas muertas y heridas, de las declaraciones gubernamentales, de los nombres de las más de cien víctimas, de las condenas, trajeron a la memoria aquella nube de los atentados en Estados Unidos, España o Gran Bretaña; no la nube de humo tras las explosiones en sus emblemáticos edificios y trenes subterráneos, sino la del alimento favorito para el terror: la desinformación.
Apenas se articulan algunas expresiones que ya se van haciendo lugar común para referirse al hecho: "cobarde", "criminal", "terrorista", propio de "traidores a la Patria"; poco se dice, sin embargo, de que esto no es sino resultado de la aventura guerrerista en la que nos ha involucrado Felipe Calderón como usurpador de la Presidencia de la República y la clase política que lo acompaña, ora aplaudiéndole la militarización del país y permitiendo la aplicación del Plan México, ora desde la iniciativa privada que se manifiesta por la inseguridad pero no está dispuesta a cambiar el modelo económico que la ocasiona, ora desde la oposición del PRI y el FAP (PRD, PT y Convergencia) que incómoda y hasta contestataria no deja de ser cómplice de la estupidez y el cretinismo que acusa el Poder de Arriba.
No nos equivoquemos. En efecto, lo ocurrido en Morelia es una verdadera aberración y merece nuestra condena; pero de ningún modo se trata de nuestro estreno en eso que los enterados llaman "terrorismo". México y quienes en él sobrevivimos ya tenemos conocimiento de lo que es el terror; antes del 15-S en Morelia hubo un 2-O en la Plaza de las Tres Culturas, un 28-J en Aguas Blancas, un 22-D en Acteal, un 14-E en Tlalnepantla, un 4-M en Atenco o un 1-N en Oaxaca. Todos y cada uno de estos casos fueron, conforme a la definición que la Organización de Naciones Unidas pusiera en la mesa durante la Cumbre sobre la Democracia, Terrorismo y Seguridad llevada al cabo en marzo de 2005 en Madrid, España, acciones destinadas a causar la muerte o lesiones corporales graves a civiles o no combatientes con el propósito de intimidar a una población a abstenerse de realizar un acto.
Así, pues, la condena nuestra, ya sea como sociedad, ya como meros individuos, no tiene por que ser más enérgica que las condenas todas que nos merece el terrorismo que nos recetan los desgobiernos nuestros en nombre del Estado de Derecho. Porque, como hemos dicho antes, el terrorismo y el narcotráfico no son producto de la deshumanización y la descomposición sociales per se, sino de un modelo de producción económica que primero socava nuestras sociedades rompiendo los vínculos afectivos e históricos que nos dan dignidad e identidad y luego "justifica" el uso de la fuerza para "pegar" lo que ha roto. El asunto aquí es que al sistema-mundo que el capitalismo "regula" no le interesa "pegar" nada, sino "pegarnos" (en la acepción de golpearnos) a todas, a todos, física y emocionalmente, para que no pensemos, no salgamos de nuestras casas, no protestemos, no defendamos lo que es nuestro; para que no digamos, en fin, "no quiero ser una mercancía más" o "no quiero ser una cifra más en la estadística de lo desechable".
Tomémosle la palabra al títere que ése mismo modelo ha puesto de gerente en Palacio Nacional: con unidad y entereza hagámosle saber a él y a los criminales con que se rodea, a sus amos en las cúpulas del Poder y a sus cómplices en las Fuerzas Armadas, en los tres poderes y órdenes de Gobierno, en los partidos políticos, en las organizaciones obreras y campesinas clientelistas, en el narcotráfico, en las redes de pederastas o en quienes se visten de izquierdas mientras rinden homenaje a la mentira, la traición, la burla, la explotación, el despojo y la miseria, que no nos amedrentarán. Pero, sobre todo, dejémosles muy en claro que son ellas y ellos, no nosotras, no nosotros, quienes deben comenzar a temblar de miedo porque no les vamos a permitir que hagan de México tierra de abono para la desesperanza.
Sebastián Liera
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