6/11/08

La muerte y los medios




Por: Antonio Roquentin

El día de muertos es en México una fiesta, una celebración que combina la nostalgia de la separación y la alegría del reencuentro. Se viste de colores, olores, sonidos de fiesta. Así se establece una diferencia significativa en nuestra cultura con respecto a la relación que en otros países se tiene con la muerte. En México se convive todos los días con la muerte, es parte fundamental de las noticias, es charla cotidiana. Y a fuerza de repetirla, de evocarla y practicarla, se vuelve terrible normalidad. Porque la muerte es fiesta más allá del segundo día de noviembre, porque cuando se trae forzada por las cuentas que requieren ser ajustadas, se ve como parte ya de una cultura que menosprecia la vida del que acepta la lógica funesta: “andar mal” para “terminar mal”.

La muerte como lamento llega cuando se escapa a la lógica, cuando no la justifica el consenso condenatorio. Y en medio de las miles de muertes y accidentes que ocurren todos los días, los mass media instalan el lamento por la muerte importante; fabrican un nuevo consenso en el que todos deben lamentar la pérdida del funcionario patriota, del gran mexicano que se hizo famoso por tener un puesto de poder. En este caso, la muerte aparece como profundamente ilógica y la corrección política obliga al silencio respetuoso, al pésame oficial. Así, el espectáculo televisivo del mediodía son las pompas fúnebres que el poder de arriba se otorga. El espectáculo morboso se mezcla: hierros retorcidos, autos calcinados, ceremonias de negro impecable, discursos, comentaristas televisivos falsamente compungidos.

El consenso creado por los fabricantes de la opinión pública surte efecto: nos sentimos inseguros, con miedo, invadidos por la incertidumbre. Tal vez, al terminar el noticiero, pensamos que lo sabemos todo, y creemos que la gente no muere todos los días, que sólo las muertes “importantes” son dignas de lamentarse. Tal vez no sabemos —o no nos interesa saber—, que un niño de Guerrero muere bajo un tractor al estar trabajando en un campo de Sinaloa; tal vez no sabemos, ni sabremos nunca su verdadero apellido, pues en el diario lo disfrazan con un triste “N”. Porque no es noticia que en México haya más de tres millones de niños trabajando. No es noticia que en los campos de Sinaloa existan esclavos, traídos desde el sur, explotados de manera inmisericorde; esos campos donde se explota a más de 20 mil niños. No son esas las cosas que capitalizan raiting en el noticiero del mediodía.

Los tiempos de la muerte son administrados por las corporaciones mediáticas. El seguimiento de las investigaciones por la “muerte importante” será el nuevo reality show de los inefables noticieros. La muerte insignificante, la del niño jornalero, la del obrero de la construcción, la del indígena baleado o famélico, la de la mujer por ser mujer; esa muerte cotidiana y aberrantemente normal, no cumple con los criterios editoriales para ser noticia de ocho columnas o de titular televisivo; por eso seguirá ocurriendo una y otra vez, porque lo que no es noticia, no es digno de investigación profunda o medidas preventivas de importancia.

En México, la muerte es una fiesta, la fiesta de los medios; es la fiesta del miedo y la ignorancia, la fiesta de la muerte importante. Esa es nuestra cultura, nos han dicho. Y nos dicen que debemos lamentar la muerte patriota del poderoso. Y el 30 de abril nos dicen que los niños tienen derechos. Y nos dicen que nos informan, que no nos perdamos el noticiero. Y nosotros, televidentes, los vemos. 

Fuentes AQUI, AQUI y AQUI

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