Adivina la semejanza, ¿qué tienen estos en la panza?
Por: Antonio Roquentin
“Por primera vez en la historia”. Frase llena de atractivo, parece invitarnos a respirar el aire fresco de la esperanza. Nuestra cultura política nos condiciona a voltear hacia arriba cuando pensamos en la posibilidad de que los problemas sociales sean resueltos. Cada seis, tres, cuatro años, centramos nuestra atención en los procesos electorales que pretenden recordamos que vivimos en democracia. Con las más avanzadas técnicas de marketing, una runfla de personajes salen —en ocasiones por primera vez— a la luz pública, pulimentados cuidadosamente, vistiendo sus mejores trapos y con una sonrisa forzada que más bien parece una mueca de dolor. Y entonces se ven por las calles, por los medios, los rebaños vistiendo los colores representativos de la “fórmula” que apoyan. El choque entre rebaños puede ser terrible: la esperanza que el líder-candidato representa para su grey es suficiente para que muchos consideren que vale la pena una cuota de violencia en aras de defender el “proyecto de nación” que encabeza el iluminado. Por supuesto, el líder permanece a salvo de las pedradas y banderazos.
Y entonces, en lo que parece ser un momento extraordinario, la configuración de fuerzas en el poder de arriba cambia; de pronto sucede lo que generaciones no vieron jamás y lo inédito toma forma. El partido, el candidato, el género, el color que jamás había estado en el máximo poder político, por una serie de acontecimientos previos, tiene la oportunidad de “dirigir los destinos de la nación”. El acontecimiento parece inaugurar algo radicalmente nuevo. La palabra “cambio” cobra nuevo significado y entonces los problemas sociales parecen llegar a un fin largamente esperado. El personaje principal se viste de Mesías y en su primer discurso le anuncia a la muchedumbre lo que anhela escuchar.
En un mundo donde las formas aparecen desprovistas del fondo que las condicionan, el evento inédito en la historia tiene toda la fuerza de la inmediatez. El brillo de lo nuevo, “flamante” nos gusta llamarlo, llega a nublar totalmente nuestra capacidad de análisis al saturar nuestra capacidad de asombro. ¡Primera vez en la historia que pierde el PRI!, ¡Primera vez en la historia que gana una mujer la presidencia!, ¡Primera vez que un negro es presidente de los Estados Unidos! El asombro llega a su clímax cuando el acontecimiento inédito se proyecta al futuro: ¡Todo es posible!. Obviamente, el discurso político está tradicionalmente separado de la práctica, de la realpolitik. La decepción no se hace esperar; a menudo sucede antes de los 100 primeros días que los analistas políticos esperan para darle un razonable margen de acción al mandatario, para entonces iniciar sus primeras evaluaciones. Y esto se repite una y otra vez, en un círculo vicioso de esperanza-novedad-júbilo-decepción.
Puede haber muchas explicaciones para este fenómeno. Una de ellas puede ser, que la seducción del evento histórico nos impide ver la historicidad de dicho evento. Que gane Vicente Fox, Cristina Fernández de Kirshner o Barack Obama, no se ve como consecuencia, como producto de un movimiento histórico desde abajo, se ve como principio de un cambio histórico que de hecho, ya ocurrió. Ni el movimiento social de 1968 y 1994 en México, ni la lucha contra la dictadura y la crisis del 2001 en Argentina, ni la histórica lucha por los derechos de las minorías y contra la segregación racial en Estados Unidos, parecen ser el origen de procesos históricos que culminan en una elección presidencial; por el contrario, la llegada del líder parece ser el principio de solución para los problemas que desde hace años combaten los movimientos sociales desde abajo.
Los resultados que tradicionalmente se obtienen de estos gobiernos históricamente novedosos, no son para nada novedosos en la historia. La reproducción de las formas del poder de arriba y la reivindicación del sistema económico que las sostienen, hacen prácticamente imposible la realización de cambios radicales en la estructura social. La decepción no impide que lleguen nuevas fases de esperanza, alimentadas por la destrucción selectiva de la memoria. El poder de arriba, diseñado para mantener incólume el status quo, suprime la historia como proceso, niega el movimiento social despersonalizado. El culto a la personalidad en la política desvanece el movimiento social que da origen a los cambios significativos. El líder, convertido en fetiche, condiciona las soluciones a los problemas sociales, las posterga hasta que tenga oportunidad de ejercer el poder. Por eso, la encarnación de la esperanza en el líder del acontecimiento inédito, llámese Vicente Fox, Cristina F. de Kirshner, Barack Obama o Jorge Rodríguez Pasos, no deja de ser más que una ilusión pasajera, una decepción segura.
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