3/10/08

Del 2 de Octubre y sus generaciones

Por: Antonio Roquentin

En el Distrito Federal, el gobierno de “izquierda” de Marcelo Ebrard infiltró policías judiciales en la marcha conmemorativa de la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Los infiltrados provocaron y detuvieron a varios participantes de la marcha, esa era su función. Y mientras los judiciales infiltrados hacen de la marcha una noticia policíaca, los reporteros y fotógrafos queman sus cartuchos en los enfrentamientos entre marchistas y granaderos. Y claro, no faltan las mismas voces de todos los años, que “reflexionan” sobre las actividades del día: que si sigue teniendo sentido, que si los jóvenes son conscientes del significado, que si es suficiente.
Muchos comentaristas van más allá y no sólo se hacen preguntas, sino que no dudan en hacer los comentarios más imbéciles. Ejemplo de ello son los pies de foto en la galería sobre la marcha en El Universal de Internet. Herederos del discurso vacío y absurdo que atacó mediáticamente al movimiento estudiantil de 1999, usan palabras tan estúpidas como “pseudo-estudiantes” para señalar a aquellos que se manifestaron con fuerza ante los abusos del cuerpo de granaderos del DF. ¿Acaso los estudiantes no pueden manifestarse? ¿Sólo los “pseudos” lo hacen? ¿Acaso los estudiantes no hacen desmadre, vandalismo, destrozos? ¿En que mundo delirante existen los estudiantes perfectos que se portan siempre bien y que pululan la masturbada imaginación de los reporteros? Esas definiciones lamentables nos recuerdan otras, por ejemplo “autodenominados” ¿Quién le puso nombre a Televisa, a TV Azteca, a ElUniversal? ¿Acaso no fueron ellos mismos? ¿No los hace eso “autodenominados” también? De lo que se trata es de inventarse palabras absurdas con el fin de descalificar. Pero parece que eso no es suficiente; los ridículos noticieros musicalizados, las imágenes editadas para manipular la información y los periodistas que nos quieren enseñar cómo vivir, cómo interpretar los hechos más allá de la contundencia de los mismos, son lo que se ha dado en llamar “opinión pública”, que no es más que la publicación de opiniones privadas que persiguen el interés de las corporaciones mediáticas.

El 2 de octubre se recuerda en todo el país, con marchas, mítines, charlas, exposición de películas, etc. Al cumplir 40 años, la matanza de Tlatelolco no se olvida a fuerza del grito que la recuerda. No sé si sería recordada como ahora sin las ya tradicionales marchas. Tal vez, de no hacer partícipes a los jóvenes estudiantes todo estaría reducido a reuniones de ex líderes del movimiento. La importancia de la participación de la memoria por parte de todas las generaciones, es muy importante pues trasciende el castigo a los culpables: se trata de no repetir el pasado, de aprender de los errores. La muerte absurda, injusta, innecesaria de aquellos que se concentraron en la Plaza de las Tres Culturas, puede invitarnos a reflexionar sobre lo monstruoso que puede ser el ejercicio del poder, la inmunda corrupción que sostiene al poder de arriba, vendido de manera  vergonzante a los intereses del poder económico estadounidense. Tenemos la vergüenza de tener presidentes de la República aparecidos en los archivos desclasificados de Estados Unidos como asalariados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Por eso resulta repulsivo escuchar a Felipe Calderón cuando simula dolor al hablar de esta fecha; las cosas no han cambiado nada allá arriba, y todo parece indicar que no cambiarán para nada.

Pese a todo, el carácter multitudinario y diverso de la marcha de la ciudad de México nos habla de que la memoria seguirá viva por mucho tiempo todavía. Y aunque los medios de comunicación tradicionales tengan la consigna de enterrar toda manifestación popular expresada en la calle y contra el poder de arriba, cada día se abren más espacios alternativos que se encargan de contar de otra forma las cosas, con una perspectiva a ras de piso. Sin embargo, la historia misma nos hace difícil idealizar las cosas y tener siempre a la mano la visión romántica. La marcha del 2 de octubre en Mazatlán, lleva años repitiendo un guión desesperante. Las Casas de Estudiante, organizadoras anuales de la marcha, salen otra vez detrás de la camioneta de sonido, marcando el ritmo de las consignas, con música al gusto de cientos de moradores que caminan uniformados, protagonistas de la calle, en grupos de amigos que de pronto corren, que sostienen una manta. Caminando hasta el edificio del poder municipal puede ser contada una minoría de jóvenes que están muy informados del asunto, que no les gusta del todo la marcha pero, qué se le va a hacer, es lo que hay. Otra minoría puede armarse de valor y gritarle algo al policía, al tránsito. Y también, hay que decirlo, otra minoría, enardecida por sentirse más masa que nunca, se va contra el taxista, contra el pobre de la camioneta que le tocó pasar por ahí. Después llegan los discursos, las denuncias, los intentos de darle a todo un toque bohemio, o bien, dependiendo de las circunstancias, punketero. Entonces empiezan los suspiros de los viejos, los lagrimeos melancólicos de los que vivieron esa década de juventud idílica: “ya no es como antes”, “ahora  los jóvenes no tienen ideales”, “eran otros tiempos”, “antes leíamos por gusto”, “estábamos más politizados”, “ahora sólo quieren salir el fin de semana, tener celular y una paca de billetes en la cartera”. Obviamente no estoy citando a nadie en particular, sólo hago un recuento impreciso de todos los lloriqueos babosos que les he escuchado a varios “veteranos” de los 60-70s. Y no es que uno no los quiera o que caigan gordos; la mayoría son buenas personas y lucharon por un mundo mejor. Pero que no sigan con la cantaleta generacional, o por lo menos que se hagan cargo de sus fracasos; porque sí, fracasaron, fallaron, cometieron errores y los siguen cometiendo. Resulta que los jóvenes, esos que marchan y que no marchan, esos que son vistos desde la mirada triste y patética de los viejos “experimentados”, no son otra cosa que sus hijos, sus alumnos, sus sobrinos, sus amigos, sus compañeros de trabajo, etc. No son una plaga surgida por generación espontánea, una peste de los años 90. Son seres humanos formados por esos que dejan escapar suspiros cuando escuchan a Silvio Rodríguez y a Violeta Parra. Si la generación actual está alejada de la práctica política, de la conciencia social, si está perdida en una hipnosis televisiva y no lee, es en gran parte por responsabilidad suya; la generación de los 60-70, tiene que hacerse cargo de esa negligencia, de ese error cometido una y otra vez a través de los años. No se puede decir que nadie reflexione sobre esto, pero es claro que la mayoría sigue en la idea megalómana de que su generación fue medio “mágica”, que lo que vivieron fue el más maravilloso de los sueños, que los jóvenes de entonces estaban destinados a transformar el mundo, y que si fallaron no hay más por hacer;  para ellos el momento histórico pasó y lo que les queda es hundirse en el más deprimente resentimiento o cruzar la vereda a la cómoda ultraderecha que proclama el fin de la historia.

No se vaya a pensar que hay algún tipo de encono contra nuestros padres y abuelitos. Es innegable que el sistema posee mecanismos de alienación que muchas veces superan las voluntades. La reproducción constante del sistema, cada día y a cada minuto, nos imprime un código cultural basado en la enajenación, en la negación de nuestra propia naturaleza al ser despojados del producto del hacer humano. El sistema social se nos impone como una construcción gigantesca que es refrendada por el discurso dominante, por la lógica del individuo que se pone por encima del interés de todos. No es fácil luchar contra eso. Pero es importante hacernos cargo de nuestras responsabilidades, pues sin que lo queramos o creamos, le estamos heredando un mundo a los que vienen. Es importante ser conscientes de que si logramos un cambio, será entre todos y tal vez dentro de muchos años, un cambio que probablemente no nos toque ver. Porque si algo nos enseña la historia es que nada está escrito, no hay ley “objetiva” que nos asegure que lo que viene es mejor y nada nos dice que lo malo no será repetido. Después de todo, por eso es importante insistir en que Tlatelolco, Acteal, Atenco y todos los nombres que nos recuerdan lo atroz que es el sistema y sus poderes, no deben ser olvidados.          


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